Cuando esta revista nació en 1982, usábamos una enoorme y espaciosa (aunque latosa) 265 GL (o sea, tipo 2, 6 cilindros, 5 puertas en código sueco). La escogimos, entre otras cosas, porque nos hacía ver «neutral» ante las 5 marcas que existían en el país. Volvo no había y así nuestro «auto oficial» no endiosaba a ninguna otra. Cuando de alguna fábrica nos preguntaban qué coche usábamos, podíamos responder con honestidad e imparcialidad, sin ofender a nadie.
Esta camioneta acompañaba a todos los coches que sometíamos a prueba, cargando, además de Herr Editor al volante (siempre, porque no se la confiaba a nadie) cámaras, camarógrafos y pilotos jetones que se quedaban dormidos antes y después de las largas jornadas. A veces acabábamos en Veracruz o en Brownsville.
Años después la tuvimos que vender a la misma Volvo Penta (que entonces era un importador solo de motores marinos) que les gustó para usarla como transporte VIP. Solo ellos, porque no había refacciones y se le habían roto las válvulas y no había cómo.
Esa camioneta llegó a nuestras manos de la manera más rara. En esos años, estaba absolutamente prohibida la importación de vehículos extranjeros. Pero ésta se la había comprado un miembro de la familia Alemán (¿recuerdan al expresidente Miguel Alemán?) para una «novia» que tenía en San Diego.
Pero luego se pelearon o algo así, y la camioneta vino a dar a San Ángel, y dado el nombre de su dueño, legalizada y todo.
«Vivía» (la 265) justo enfrente de nuestra primera oficina, en la plazuela de Chimalistac. Ahí la veíamos, muy guardadita.
Un día, en plena junta de los miércoles, nos dimos cuenta de que le pintaban un simbolo de $. Cruzamos la plaza (es chiquitita) y la compramos. Y luego luego la bautizamos «Olaf».
Nuestros más antiguos lectores la recuerdan perfecto.
Y duró varios años, incluso corriendo en el autódromo con la compuerta abierta asomándose cámaras de TV y de fotos metros adelante de GTs y Magnums Turbos. A todo lo que daban. Bueno, sabían que tenían prohibido rebasarla, así que le soltaban a 160 que la Volvo con su V6 -el famoso PVR- no daba más.
Y qué bueno porque no frenaba nada. Cero. Zilch. Niente.
Si te le ponías enfrente, te pegaba.
